¿A qué fue Occidente a Afganistán si 20 años después lo deja peor que estaba?
Fue un 7 de octubre de 2001 cuando comenzaron las operaciones americanas en suelo afgano como respuesta a los ataques del 11-S.
Han pasado casi 20 años y el balance es un indiscutible fracaso. Porque el país malvive hoy con la misma amenaza de los talibanes, la misma situación de guerra, la misma miseria…
Y aunque la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán aún no se ha completado, en estos momentos los talibanes ya han vuelto a invadir una gran parte del territorio y han logrado conquistar tres grandes ciudades, capitales de provincia, la más importante de las cuales es Kunduz.
Los datos de estos días son aterradores. Sólo en los dos meses que han pasado desde que las tropas occidentales han comenzado a retirarse, han muerto más civiles en Afganistán que en los últimos veinte años.
No hace falta mucho más para poder asegurar que el juicio de la historia a la operación militar occidental en Afganistán no podrá ser más devastador.
¿Dejamos Afganistán en manos de fanáticos?
¿Qué pasará ahora con los afganos que creyeron en la liberación de su país? ¿Qué les puede pasar a los que colaboraron, mucho o poco, con las tropas occidentales, y a sus familias? ¿Qué harán con ellos los talibanes? ¿Quién los protegerá?
Son muchas preguntas que parecen no preocuparle a la política internacional. A ninguno de los países que alguna vez estuvieron involucrados en esta operación militar a gran escala en un país de 38 millones de habitantes.
Pero a lo mejor sí que nos preocupa a los europeos, dentro de no mucho tiempo, el éxodo masivo de personas que amenaza con ocurrir en Afganistán. Familias enteras que luchan por salvar sus vidas y pueden acabar llegando a los países vecinos, pero también a Europa.
Porque Afganistán se hunde, cuasi irremediablemente, en una guerra civil en la que también, como antes, participan los señores de la guerra.
Y porque la situación de estos millones de personas encaja perfectamente en el estatuto del refugiado de la ONU, adoptado en Ginebra el 28 de julio de 1951, y que les confiere el derecho a que los acojamos en nuestras ciudades.
zh2>¿Qué hacemos para frenar el éxodo?
La primera medida que está tomando el mundo occidental suena una vez más a que “¡no nos molesten!” Y es otra vez tan poco humana como vergonzante.
Turquía, país de paso hacia Europa, está construyendo un largo muro de hormigón a lo largo de su frontera con Irán. Porque decenas de miles de afganos ya han comenzado a marchar a pie por Irán hacia la frontera con Turquía.
Y es que ellos saben, como los dirigentes occidentales, que la guerra apunta a una victoria fácil de los talibanes, que ni siquiera se están frenando con los últimos bombardeos de los Estados unidos contra sus posiciones.
Las fuerzas de seguridad afganas no tienen ninguna posibilidad. La comunidad internacional ya no tiene opción militar alguna para evitar la derrota de millones de personas que querrían vivir su religión como nosotros.
Pero la soga alrededor de la capital, Kabul, se está cerrando cada día más. El gobierno afgano tiene ninguna o muy pocas posibilidades de vencer frente a un ejército talibán decidido a hacerse con el país para volver a como estaban hace más de 20 años.
Sus ideas del islam más radical amenazan con sumir Afganistán en un nuevo imperio del terror y situarlo otra vez bajo la bota de unos fanáticos que, como ya sabemos, no tienen escrúpulos para imponer su dictadura religiosa y sus leyes salvajes.
Y mientras, los países occidentales que podrían seguir ayudando sueñan con que entre los talibanes haya fuerzas moderadas que no lleven el país a la edad de piedra.
Pero soñar sin mover un músculo para ayudar debería ser pecado… en todas las religiones. Incluso en la de quienes no creen que exista un Dios.