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Así es Sebastian Kurz: un conservador de solo 31 años, nuevo canciller de Austria

autor Paloma Gay
tiempo de lectura 6 min
Actualizado: 21 jun 2021Publicado: 15 oct 2017

    Las elecciones celebradas hoy en Austria han dado la victoria al conservador Sebastian Kurz y le convierten, a sus 31 años, en el canciller más joven de la historia de Austria y el más joven del mundo en estos momentos, al desbancar al presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Un, de 34 años.

    Escrutado el 70% de los votos, y según datos de la televisión pública austríaca, el conservador Partido Popular (ÖVP), ‘El Nuevo Partido del Pueblo’ como lo rebautizó su jovencísimo líder, habría ganado hoy las elecciones generales de Austria con el 31,5% de los votos. En segundo lugar habría terminado el Partido Socialdemócrata (SPÖ) del actual canciller, Kern, con el 27% de los votos, y tercero sería el ultranacionalista, euroescéptico y populista Partido Liberal (FPÖ) de Strache, con el 26%.

    Los tres partidos minoritarios, según estos datos, no alcanzarían el 4% que es el mínimo exigido para tener representación parlamentaria. Y el mayor batacazo se lo habrían dado Los Verdes, que caen 8,6 puntos y podrían quedarse fuera del Parlamento de Viena con un 3,8 %.

    Sebastian Kurz es un personaje con cara de niño, pelo peinado hacia atrás y trajes elegantes, que cogió al partido conservador en primavera y le ha dado la vuelta hasta en el color de sus siglas, que cambió del negro de toda la vida al rosa.

    En economía ha prometido bajar los impuestos a la clase media y a las empresas. Y anuncia que reducirá la deuda disminuyendo los gastos en subvenciones y, sobre todo, el gasto social, que considera uno de los grandes atractivos para la inmigración ilegal.

    Y en cuestión de inmigración y refugiados es donde está una de las grandes bazas de Sebastian Kurz. Es política migratoria se basa en la ‘integración mediante rendimiento’, es decir, mano de obra cualificada y siempre previo contrato de trabajo. Y todos los inmigrantes hablando alemán y conociendo las costumbres del país. Y los niños escolarizados en las mismas condiciones y con las mismas exigencias que los niños austríacos.

    Y de eso quedan pocas dudas porque fue una de sus primeras decisiones en política. Utilizar su cargo una función creada expresamente para él, para aumentar la educación de la primera infancia y, especialmente, para garantizar que todos los niños que ingresaron a la escuela primaria conocieran alemán.

    Ley sobre el islam

    Es decir, que Kurz asegura querer convertir a su pequeño país en un ‘modelo de crisol de razas’. Y está convencido de que “realmente no hay otra opción”. Porque además, según él, 200 musulmanes austríacos se han unido al ISIS, y su trabajo, dice, es evitar que ese número crezca. Así que Kurz tiene un plan en forma de nueva Ley sobre el Islam del país.

    Una ley que prohíbe a las asociaciones islámicas recibir fondos regulares de cualquier grupo extranjero. Los detractores dicen que la ley es discriminatoria, ya que ni los cristianos ni los judíos tienen la misma obligación. Pero el ministro asegura que es simplemente porque no reciben dinero extranjero. La ley sobre el Islam, dice, apunta a apoyar a una comunidad cuyos miembros “pueden sentirse orgullosos de ser musulmanes a la vez que están orgullosos de ser austríacos”.

    Parece, piensa Kurz, que todo el mundo puede ser austriaco y musulmán, o austriaco y sirio… Y su objetivo prioritario es enseñar a los inmigrantes lo que es ser austríaco antes de que se establezcan en Austria: “Tenemos que trabajar con otros países y llegar a los inmigrantes antes de que vengan”.

    Y así, con esos mensajes, completa su ‘revolución’ el ministro de exteriores de la coalición saliente, que ha sido capaz en pocos meses incluso de darle la vuelta a las estructuras de su partido, quitándole la importancia que en su seno interno tenían los grupos regionales y las organizaciones corporativas de agricultores, trabajadores y empresarios.

    Carrera meteórica

    Kurz nació a las afueras de Viena, en el barrio obrero de Meidling, en 1986 en el que todavía reside en un pequeño apartamento con su novia. Su llegada a la política se produjo en 2009, cuando fue elegido presidente de la sección juvenil del Partido Popular Austríaco.

    En abril de 2011, con solo 24 años fue nombrado secretario de Estado de Integración, cargo recién creado y que formaba parte del Ministerio de Asuntos Exteriores. Y en diciembre de 2013 se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores de Austria.

    Su ascenso en política ha sido tan meteórico que ni siquiera ha tenido tiempo de terminar la carrera de derecho. Pero dicen de él que tiene una capacidad sobrenatural para mantenerse como centro de atención, y que ha sido su pensamiento audaz lo que le ha llevado a ganar estas elecciones.

    El terreno de juego

    A ver si les suena este dibujo de país, aunque ya les anticipo que se refiere a Austria: Desde hace unos años (allí concretamente empezó en la década de los 80), el sistema de partidos ha visto como sus principales grupos, el partido Socialdemócrata (SPÖ) y el Partido Popular (ÖVP), izquierda y centro derecha, entraban en un declive constante que amenazaba con separarlos del poder. Y los partidos ‘de toda la vida’ veían cómo sus votantes huían hacia una formación populista de derechas, el Partido de la Libertad (FPÖ), y hacia los Verdes.

    Y con esa constante variación, el sistema de partidos que durante muchos años fue considerado como uno de los concentrados de Europa, empezaba a sufrir una deriva que no se sabía muy bien hacia donde podría llevar, aunque la amenaza de la extrema derecha no era ya algo en absoluto descartable.

    El ‘Indicador de Gobernanza Social 2017’ realizado por la ‘’Fundación Bertelsman’ llegó a afirmar este mismo año que la distancia emocional entre los partidos de toda la vida y los ciudadanos austríacos se había vuelto muy profunda. Y los políticos de siempre se veían incapaces de movilizar al electorado.

    Y es que la incapacidad de los dos grand2es partidos para ponerse de acuerdo en las cuestiones decisivas del país demostraban su incapacidad absoluta para reformar las estructuras de Austria y actualizar sus políticas al siglo XXI.

    Las reformas ampliamente consideradas urgentes por la mayoría de los ciudadanos, como la educación, el mercado laboral y el sistema de pensiones, seguían bloquedas por unos y por otros sin encontrar una salida.

    Y eso había terminado por provocar una reacción en la ciudadanía que respondía a las políticas inútiles e infecundas, con el desprecio a los de siempre.

    Ese era el panorama hasta la primavera de 2017. Hace unos pocos meses. Cuando Sebastian Kurz entró en danza y le dio un giro a un partido de los de siempre, que le ha llevado a ganar estas elecciones.

    No le preocupa su inexperiencia

    Ahora hay muchas voces que aseguran que Sebastian Kurz está demasiado verde para las responsabilidades que tendrá que asumir. Le acusan de pensarse demasiado las respuestas cuando le entrevistan, o de quedarse mirando en busca de palabras con las que tejer sus frases.

    Pero sus partidarios aseguran que no tiene nada que esconder de su corta carrera y que habla con franqueza. Y le colocan la virtud de que pese a su nueva y gran popularidad la política no le ha cambiado, como prueba el pequeño apartamento en el que vive con Susanne.

    Pero cuando las críticas arrecian y los analistas le auguran que cualquier error le podría costar la carrera policía, Sebastian Kurz responde que no está preocupado porque “no tengo previsto dedicarme a la política toda mi vida. Soy de una generación que ni se plantea como algo bueno tener el mismo trabajo toda su vida. Así que seguiré trabajando aquí durante todo el tiempo que sienta que realmente puedo hacer cosas “.

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