Así es y así piensa Naftali Bennett, la nueva cabeza visible de Israel
Naftali Bennett, que dirige un pequeño partido de derecha, y Yair Lapid , el líder centrista de la oposición, han unido fuerzas para formar una coalición que ha conseguido derrocar a Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel con más años de servicio.
Benett es desde el domingo el encargado de presidir el país durante el primer turno, y se ha convertido en un primer ministro que despierta muchas incógnitas por despejar.
Bennett, a menudo descrito como más de derechas que el ex primer ministro Natanyahu, es hijo de inmigrantes estadounidenses. Entró por primera vez en el Parlamento israelí hace ocho años y es relativamente desconocido incluso dentro de su país, además de inexperto en el escenario internacional.
Muchos le han calificado de extremista de derechas, pragmático y oportunista.
Pero su talento ha quedado ahora fuera de toda discusión, tras lograr una meta extraordinaria incluso para los desconcertantes estándares de la política israelí: Va a ser el presidente del país a pesar de que su partido, Yamina, ganó solo 7 de los 120 escaños en el Parlamento.
Apoyado hasta por un pequeño partido árabe
Bennett ha defendido durante mucho tiempo a los colonos de Cisjordania y una vez incluso dirigió el consejo que los representaba, aunque él nunca ha sido un colono.
Vive en Ra’anana, una ciudad próspera en el centro de Israel, con su esposa y sus cuatro hijos. Y todo apunta a que será el primer máximo mandatario del país en usar una kipa, pese a encabezar una coalición de gobierno que es en gran parte secular.
Sus conocidos puntos de vista sobre los asentamientos, la anexión y la condición del Estado palestino son considerados por muchos como incorrectos e incluso peligrosos.
Y sin embargo la coalición que ahora le lleva a la jefatura de gobierno abarca partidos de izquierda y de derecha, e incluso cuenta con el apoyo de un pequeño partido árabe islamista.
Unidos contra Netanyahu
La explicación de esta extraña unión que va a llegar al gobierno es lo que Bennett ha calificado como un acto de último recurso para poner fin al estancamiento político que ha paralizado a Israel.
– “La crisis política en Israel no tiene precedentes a nivel mundial”, dijo en un discurso televisado el domingo. “Podemos seguir haciendo elecciones y desmantelando los muros del país, ladrillo a ladrillo, hasta que nuestra casa se nos venga encima. O podemos detener la locura y asumir la responsabilidad”.
Pero el desafío de Bennett no es pequeño, y sólo el hecho de intentar mantener unida a esta coalición tan difícil de encajar, supondrá un importante desgaste y una fuerte dedicación.
Bennett, un pragmático de corazón
Las personas que lo conocen lo describen como agradable y tolerante a puerta cerrada. Un pragmático de corazón. Pero ahora habrá que ver cómo se traducen en el gobierno esas características personales.
Los politólogos israelíes también comentan sobre él que “la gente piensa que es un fanático, pero no lo es”. Y que su vida, sus orígenes y su desarrollo profesional son eminentemente seculares.
En la primera campaña de Bennett, en 2013, el partido Likud de Netanyahu lo calificó como “un derechista mesiánico y peligroso”. Ahora, en estas elecciones, lo calificaban como un “izquierdista peligroso”.
Bennett representa una nueva generación en la política israelí y sería el segundo primer ministro más joven en la historia del país, superado solo por el propio Netanyahu cuando llegó al gobierno.
Media vida en EE UU
Nacido en Israel, Bennett vivió gran parte de su infancia en Estados Unidos y Canadá. Sirvió en la misma unidad del ejército israelí que Netanyahu y luego se mudó a Nueva York.
Allí fundó una compañía de software que más tarde vendió por 145 millones de dólares y se desempeñó como director ejecutivo de otra compañía.
Bennet y Palestina
En vísperas de la guerra de Gaza de 2014, planteó con profusión la amenaza que surge de los túneles cavados por Hamas debajo de la frontera entre Gaza e Israel, y presionó para que se estableciera un plan de acción para neutralizarlos.
Más tarde, ese mismo año, escribió un artículo de opinión en The New York Times en el que aseguraba que Israel no podía permitir la creación de un estado palestino.
Ha propuesto otorgar a los palestinos “una especie de autonomía” en aproximadamente el 40 por ciento de Cisjordania, y aplicar gradualmente la soberanía israelí en el resto del territorio. Una medida que gran parte de la comunidad internacional consideraría ilegal.
Pero un año después escribió otro artículo de opinión en el que condenaba enérgicamente a los extremistas judíos que habían apuñalado a los participantes en un desfile del orgullo gay en Jerusalén, y a otros que quemaron a tres miembros de una familia palestina hasta matarlos en una aldea de Cisjordania.
En los dos casos calificó a los autores como “terroristas”.